En la madrugada del primero de enero de 1994, Ramona dirigió las filas insurgentes que tomaron la ciudad de San Cristóbal, símbolo de la soberbia del poder. El fuego que alumbró esa noche no fue la de los fusiles, sino la de la luz que emanaba de los rostros cubiertos por el pasamontañas, el acto de fe, la creencia en cambiar todo. La insurrección. La mujer pequeña de estatura, pero grande ya en la historia, parió aquél día un hijo: Una generación de luchadores sociales.
En Octubre de 1996, la Comandanta salió de la zona zapatista hacia la ciudad de México para participar en la construcción del Congreso Nacional Indígena (CNI). Ante 100 mil personas congregadas en el Zócalo de la ciudad de México, Ramona habló: “Llegamos hasta aquí para gritar, junto con todos, los ‘ya no’, que nunca más un México sin nosotros”.
Fue su bandera la lucha contra la discriminación de las mujeres: "Una de nuestras principales demandas es precisamente de nuestra situación, porque no somos tomadas en cuenta. Por eso exigimos que haya respeto, democracia y justicia, porque como somos mujeres y además indígenas pues no hay nada de respeto para nosotras. Exigimos también que haya vivienda digna, clínicas especiales para atender a las mujeres, porque para atender a los niños no hay adonde acudir, ni hay hospitales ni doctores. No hay educación para las mujeres, tampoco alimentos, sobre todo para los niños... Hay una esperanza de que algún día cambie nuestra situación. Es lo que exigimos".
El 8 de marzo de 1996, el subcomandante Marcos esbozó un cariñoso y respetuoso retrato de Ramona, que hoy adquiere fuerza mayor: "La comandante Ramona asombrará con su estatura y brillo a los medios internacionales de comunicación... Ramona ríe cuando no sabe que se está muriendo. Cuando lo sabe, sigue riendo. Antes no existía para nadie, ahora existe, es mujer, es indígena y es rebelde. Ahora vive Ramona, una mujer de esa raza que tiene que morirse para vivir..."
Pablo Cholan
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